El Hotel de los Inmigrantes funcionó entre 1911 y 1953 y albergó a 3000 personas semanales de forma gratuita. Aunque una ley establecÃa un cupo de cinco dÃas de permanencia, este tiempo no siempre se cumplÃa. Para atender las necesidades de este flujo se contaba con un total de 1000 funcionarios que hablaban todos los idiomas. A diferencia de otros lugares del mundo donde los inmigrantes eran recibidos en asilos –como sucedÃa en la isla de Ellis en Estados Unidos– aquà los pasajeros eran tratados como huéspedes y gozaban de libertad para entrar y salir del recinto.Â
El edificio incluÃa un comedor de ochenta metros de largo en la planta baja donde los recién llegados recibÃan desayuno, almuerzo y cena en turnos de 1000 personas. Las plantas superiores alojaban a hombres y mujeres por separado, en habitaciones de 250 personas. Cuando la capacidad del hotel se superaba, se habilitaba el almacén de equipajes. El hotel también incluÃa exposiciones de máquinas agrarias para instruir a los nuevos trabajadores, asà como un salón de usos múltiples que buscó culturizar a los inmigrantes en la tradición argentina, aunque éstos construyeron organizaciones para resguardar su identidad.Â
El museo, que depende de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, comparte edificio con el Centro de Arte Contemporáneo. AsÃ, incluye exposiciones e intervenciones artÃsticas como las de Graciela Sacco. De ella destacan unas fotografÃas de ojos de inmigrantes colocadas en las escaleras del edificio que invitan a reflexionar sobre cómo éstos verÃan hoy a los visitantes que llegan.
Por las mismas escaleras se drenaba el agua que baldeaba las habitaciones cada mañana cuando el hotel estaba en funcionamiento. Se trataba de una medida sanitaria, junto a otros sistemas de higiene como son los grandes ventanales destinados a generar corrientes de aire que previnieran enfermedades respiratorias; o las lonas de los camastros que sustituÃan los colchones de lana de la época. A su vez, las mesas de mármol y los platos de lata evitaban la acumulación de bacterias, asà como los azulejos de cerámica de gres que revestÃan las paredes.
Todo estaba preparado para que los recién llegados pudieran echar raÃces en el territorio. Al entrar, recibÃan una cédula de identidad en calidad de residentes permanentes para asegurar el desarrollo de una vida laboral. Junto al hotel, un edificio operaba como bolsa de trabajo y coordinaba oportunidades laborales en todo el paÃs a través de trece delegaciones. El recinto, que actualmente alberga la Dirección Nacional de Migraciones, también incluyó un hospital con la sala de obstetricia más avanzada para la época y una sucursal del Banco Nación que tenÃa monedas de todo el mundo. En el predio también se encuentra el Camino del Inmigrante, que conducÃa a los recién llegados hasta la actual avenida Antártida Argentina una vez eran autorizados a ingresar al paÃs.Â
Este interés por facilitar la entrada de extranjeros vino de la mano de Nicolás Avellaneda, quien durante su presidencia decretó una ley (1876) para promover la inmigración y asà atraer mano de obra que cubriera el trabajo en el campo. Desde entonces, el Estado publicitó Argentina como un ‘paÃs esperanza’ mandando a funcionarios hasta el Viejo Continente que contaran los beneficios de inserirse en un territorio tan lejano. En algunos casos también se favoreció la llegada de inmigrantes haciéndose cargo de los costos del traslado. Una vez en Buenos Aires, los pasajeros que no tenÃan familiares en el paÃs recibÃan alojamiento y orientación en el Hotel de Inmigrantes.Â
Una de las principales atracciones del museo es un registro digital donde los argentinos pueden buscar a familiares inmigrados en el pasado. Esta base de datos existe gracias a un convenio con el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos y a la labor de Chela Delgado, quien durante treinta años se dedicó a ordenar las tarjetas de entrada de los inmigrantes.